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lunes, 22 de noviembre de 2010

¿pero tú no estabas con Paula? VERÓNICA

-Pero, ¿cómo le soltaste eso? ¿no estabas con ella por entonces?
-Bueno, quedábamos y tal, pero desde el principio los dos dejamos claro que no queríamos nada serio, aunque luego se nos fuese de las manos...
-Joder, ¡qué os liastéis a hostias en mitad de los pasillos!
-Tampoco fue para tanto... Nos seguimos hablando.
-Bueno, os saludáis.
-Vale, algo es algo, ¿no?

Ninguno de los dos nos queríamos ir a casa. Siempre liábamos a los demás para tomar otra "última". A veces lo enmascarábamos con quedarnos a estudiar, pero nunca estábamos más de una hora en la biblioteca, y de esa hora estábamos la mitad del tiempo tonteando. Yo creo que más que atracción era mútua necesidad, o simplemente comodidad; los dos queríamos lo mismo y lo sabíamos, así que "pa'lante".
Todo empezó una tarde en la que nos quedamos a comer con Lorena, pero ella tenía que entrar a currar a las cinco, así que enseguida nos quedamos solos.
El primer descanso fue a las cuatro, para acompañarla hasta el autobús y aprovechar para fumarnos un piti. Volvimos al estudio casi a las cinco, y con ella no estuvimos más de diez minutos. A las seis menos cuarto ya estábamos fuera, y como merienda empezamos con las cervezas. Creo que nos gastamos diez euros cada uno. y eso que por entonces costaban un pavo. Volvimos a la biblioteca justo antes de que la cerrasen, recogimos las cosas, las dejamos en mi coche, y fuimos al centro en metro, porque yo no estaba para coger el coche, y ella igual.
Apenas recuerdo en que garitos estuvimos, sólo la recuerdo a ella riéndose, con su melena por mitad de la espalda, de su camiseta negra, tapándole media cara por cada carcajada, sentados en el mismo sillón, con sus¡s piernas acabadas en unas happy-luck negras con dibujitos, alrededor de mi cintura y las mías alrededor de la suya, con una heineken ambos en una mano y un cigarro en la otra. Y acabamos en el callejón del colegio ese que hay en Tribunal, mientras algún gracioso hacía algún comentario.

domingo, 21 de noviembre de 2010

No sé por dónde empezar... VERÓNICA

No sé por dónde empezar, hay tantas cosas.
Seguramente me esté quitando, pero ha habido otras veces que también y luego he recaído. Incluso ha habido a quedadas que prefería que no hubiera venido. Como te dije ayer es algo muy idealizado, platónico, pero también es verdad que creo que no funcionaría, por lo menos en este momento, aunque sí pienso en que si ante la típica pregunta de a quién elegirías para "repoblar" el mundo si hubiese una hecatombe, en la primera persona que pienso es en ella (y te aseguro que no es sólo por el mero hecho sexual, hay muchísimas mujeres que me atraen mucho más que ella, físicamente me atrae bastante, pero tampoco está dentro de mi prototipo de mujer; me gustan menos delgadas). Incluso si pienso en quién quiero que sea la madre de mis hijos... También sé que con ella tengo un tipo de conexión especial, desde siempre...

Todo empezó en una clase de tercero, cuando llegué a la facultad, sería a los dos meses de comenzar el curso. Si lo recuerdas, nos sentábamos delante, en plan empollones, más por quedar bien que porque lo seamos, y el grupo de "los malotes" al final, como tres o cuatro filas detrás de nosotros. El profesor la preguntó algo, y yo me giré para escucharla. Ahí estaba ella, con su cinta roja en el pelo. Recuerdo que le dije a Paula "sé que voy a estar con ella" o algo así... Yo para estas cosas siempre soy muy frío, muy prudente, muy todo eso, porque ya sufrí mucho en la primera relación, pero ella me provoca que no lo sea, por eso supongo que me gusta tanto. Y ahora me doy cuenta de que también me recuerda a ella. Es algo muy irracional, muy subconsciente, muy impulsivo, muy animal...

Ha habido momentos en que casi borro su número del móvil, desagregado del facebook y del tuenti, sólo para no cotillear, para no regodearme todo el día pensando en ella, porque sé que me hace mal.Esto hacía que la fuera evitando frecuentemente, sobre todo de forma subsconciente tras el primer año. Pero siempre la buscaba, por los pasillos, en la cafetería, en la biblioteca a veces incluso pienso que seguía en la carrera por seguir teniendo contacto con ella... aunque sabía que no quería que nos liásemos. También, en algún momento en que lo podíamos haber hecho... sería como probar la manzana y no saber cuando la volverás a saborear, y eso sería un sufrimiento demasiado doloroso para soportarlo.

martes, 9 de noviembre de 2010

"el viaje íntimo de la locura" de Roberto Iniesta


Sí, ese nombre te suena, pero ahora mismo no caes, ¿verdad? Pues quizás si te digo simplemente Robe, ya empieces a saber quien es, y si nombro a Extremoduro ya no tengas ninguna duda.
Si sólo buscáis sus canciones pasadas al formato de novela no lo leáis. Si simplemente queréis pasar el rato no lo hagáis, a menos de que lo empieces a leer sobre la página ciento cincuenta, porque la verdad es que hasta esa página se hace bastante repetitivo y tedioso, pero si consiguís sobrepasar esa barrera creo que el libro merece bastante la pena, aunque tampoco te va a cambiar la vida, pero sí te va a dar su forma de pensar, y sobre todo, mostrar que la vida depende del punto desde el que se vea (la visió de las lombrices).
Pienso que es un buen libro, su objetivo es entretener, aunque como señalo anteriormente, enfatiza demasiado al comienzo al querer situar y mostrar lo que es, con sus circunstancias, el protagonista: Don Severino (obviamente el nombre no es casualidad), cualidades que también se ven en Teresa. La edad perfecta para leerlo, al igual que sus discos, es para la época del instituto; esa etapa rebelde, en la que solemos estar perdidos porque somos adultos para unas cosas y para otras cosas no, sabemos demasiado de algunas pero de otras casi nada, aunque es obvio que a cualquier edad se puede leer y se aprecia, al igual también, que sus discos.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Es para disfrutarla VERÓNICA



Campeones de invierno, vacaciones de navidad, a mi lado la mujer más maravillosa del mundo, y no sólo por su cara y/o cuerpo, en un X6 negro, con tapicería de cuero también negra, escuchando el último cd de Pereza, circulando por las calles de Madrid, con sus luces de colores apareciendo por cualquier lado, ya sea de forma directa o a través de reflejos -las que más me gustan son las de los semáforos reflejadas- con ese aire de felicidad en el ambiente cuando ves a los padres con sus hijos abrigados hasta arriba con las manos totalmente ocupadas debido a los regalos que cargan, con esas bolsa plateadas, verdes, azules y rosas, o cuando te das cuente de que a pesar del frío, las calles están a rebosar.
Yo llevo un traje negro con rayas grises apenas visibles, de estilo italiano, con un chaleco italiano por debajo y una camisa blanca; algo clásico pero informal, incluso moderno, mientras ella lleva un vestido negro ajustado sin mucho escote con mangas hasta pasado el codo, por detrás le tapa la espalda igual que el pecho. Acaba por encima de la rodilla. Poco maquillaje, apenas se percibe, algo de rímel en las pestañas y un poco de pintalabios del mismo color que su boca. El pelo azabache suelto. Preciosa. Aunque también elegante.
Llegamos al restaurante, el cambio de luz es importante, pero no lo suficiente para que moleste aunque lo notes bastante; la mayoría de los compañeros ya han llegado con sus mujeres excepto Lenilson, Da Rocha y M'bake, que ni tienen ni quieren sentar la cabeza. Nos sentamos de espaldas a la pared; cuestión de seguridad, y porque no me gusta dar la espalda a nadie, y menos a los directivos y a los técnicos, los cuales están en la otra mesa, antes de las ventanas tipo vidrieras. Creo que hace 2 años que no pruebo otro alcohol que el vino. Al entrar he visto la botella de Legendario y he recordado lo que me gustaba el ron cuando hacía botellón en el instituto. Creo que por una copa no pasa nada, esta noche está para disfrutarla.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Por ahí iba yo... VERÓNICA

Ahí iba yo, por el centro madrileño; sucio, oscuro, ruidoso, pero a pesar de eso, con ese encanto especial, con ese ver transeúntes para arriba y para abajo, ese olor a tasca, a cerveza, a fritanga, a meados de perros, vayan a dos o a cuatro patas, y con esas luces de colores, en las que predomina el amarillo anaranjado.
Ahí iba yo, distraído, hablando con un compañero de curro, riéndonos, mirando a las que pasaban, a las que iban delante, a las que íbamos dejando detrás, comentando la jugada, recordándola, o creándola, qué más da. Disfrutando de ese desahogo, de ese placer que tienes cuando se acerca el fin de semana, que ya estás cansado y sales de la oficina como si te fueras a comer el mundo, aunque luego no te quedan fuerzas ni para tomarte la tapa que te dan con la caña, del sueño que tienes, aunque para pedirte otra siempre te queden energías.
Y ahí iba yo, paseando por una calle de aceras de medio metro, con una fila de coches aparcados en línea, entre la calzada de un carril y por supuesto, de sentido, cuando de repente, Dios (o quien sea) sabrá por qué, me da por torcer la cabeza ciento ochenta grados, de estar mi mandíbula en línea con hombro izquierdo, a pasar a estar casi en línea con mi hombro derecho, porque pasaba un coche negro, feo, de estos que hacen ahora tan redondos, simulando al mítico escarabajo pero sin nada que ver con él, y la veo conduciéndolo, con esa risa tan suya, tan atractiva, tan para mí, debilitadora, que no puedo hacer otra cosa que provocarme un esguince de cuello debido al giro tan brusco que realizo. Ni con la rubia esa de pechos inmensos me ha pasado. Lo primero que pienso es en la envidia que siento por la chica que está sentada en el asiento del copiloto del coche ese tan feo, que está ahí riéndose, mientras yo estoy con este tío, que me cae de puta madre, pero mira que yo podría estar en ese coche con esa conductora y él con esa copiloto paseando y hablando por esta calle.
Si es que esa chica tiene algo; no sé el qué, pero lo tiene.