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lunes, 5 de febrero de 2018

La falsa calidez del frío

De jóvenes, siempre nos habíamos reído cuando veíamos en las películas que se les pegaban los labios a los novios cuando se besaban al nevar. Pero no me valió como excusa.
Virginia, mi mujer, mi novia desde el instituto, tenía que ir al médico. Ni me acordaba para qué, aunque ahora no se me iba a olvidar, me lo recordaba siempre que me insultaba o amenazaba. El puto ginecólogo, para ver si teníamos un hijo de una vez por todas.
Ella creía que, quizá, tendría algún problema en alguno de esos conductos, lugares extraños que tienen las mujeres por dentro y que nosotros ignoramos. Lo nuestro, está bien a la vista, así de simple. Todavía creo que, en realidad, era por mi falta de interés. Mis soldaditos cumplían mis deseos, más que mis órdenes, porque yo, en ningún momento, si quiera me lo dije. Pero sabía que no me hacía mucha ilusión. Para qué tan pronto.
Bueno, el caso es que, tenía trabajo. No era una excusa, era mediados de diciembre, poco antes de las navidades, y había que cerrar el ejercicio. Creo que tenía la cita sobre las siete de la tarde y creo que salí una hora después. Mi jefe se había pirado y yo no aguantaba más, así que lo dejé para mañana. Verónica, me esperó. Casi no quedaba nadie, y se hizo la encontradiza en el ascensor.
-Hola, ¿nos tomamos algo para celebrar la navidad?
La navidad. Como si necesitase una excusa. Sabía que hasta las once no me echarían mucho de menos. Y para qué mentir, necesitaba una copa. Y hacía frío, había estado todo el día nevando, aunque había remitido a mitad de la tarde. En realidad, no quería volver a liarme con Verónica, bastantes movidas tenía ya con mi mujer. Bueno, eso era lo que quería mi vida, el cuerpo siempre me tiraba hacia ella. El caso es que la dije que sí, y que si una copa, que si otra, que si vamos a dar una vuelta para despejarnos... Que ya me había liado, no sé si ella a mí, o yo sólo con ella. El caso es que, cuando ya íbamos hacia el metro, me lo propuso.
-Creo que no has visto mi nuevo piso. Tengo unas sábanas preciosas, ¿te apetece que te las enseñe?
Dije que no, que otro día. Os lo prometo. Estaba con el picorcito pero no tanto para entrar en el cancaneo. Eso sí, cuando se puso de puntillas, me pasó los brazos sobre los hombros para rodear mi cuello y besarme, no le puse ningún impedimento.
-¡Qué romántico, eh! Aquí, besándonos en la mediana de Recoletos, con el césped todo nevado.
Volvió a besarme. Bueno, eso ya era un morreo en toda regla. No se nos pegaron los labios como en las películas pero sí se notaba la saliva con cierta solidez. La verdad, se agradecía el calor que transmitía un cuerpo pegado al tuyo, hasta que aparecieron los gritos.
-¿Manuel? ¡Manuel! ¡Serás hijo de puta! En lugar de acompañarme al ginecólogo estás morreándote con esta fresca en mitad de la calle. ¡Y al lado del trabajo!
-Oiga, señora, sin faltar.
-¿Cómo que señora? Pero quién se ha creído la niñata esta. Te vas a enterar zorra de mierda.
En ese momento, Virginia se acercó a nosotros, agarró del pelo a Verónica y a mí me arreó un bofetón. No sé cómo lo hacía, porque en ningún momento la vi sin agarrarse el bolso. Parecía shiva, no sólo por los cuatro brazos, sino también porque estaba con tan mala leche que pensé que iba a destruir el universo.
Cuando dejé de frotarme la cara, vi que ya había dos hombres intentando separarlas. No puse mucho interés en ayudarles, se me facilitaría mucho la vida si sólo quedase una. Al final, se desunieron sanas y salvas, si exceptuamos el pelo y el maquillaje. Virginia se estiró la blusa, la falda, se abrochó el abrigo, se esmeró en colocarse bien la bufanda, se echó el bolso al hombro y me invitó a pasar la noche fuera. 'Vete con la lagarta esta mientras te aguante, ya te llamará mi abogada', se despidió, y desapareció en el primer taxi que paró a la señal de su brazo. Verónica me miró con detenimiento unos segundos hasta que halló la solución a la raíz cuadrada. 'Así no tiene gracia', se dijo a sí misma más que a mí, y repitió la acción de mi mujer, desapareciendo en otro taxi. Y ahí me quedé, parado en medio de la calle, bajo los copos de nieve que volvían a caer del cielo.