Estoy
sentado en la parada del autobús, esperando. Voy a una fiesta de cumpleaños.
Creo que llevaba un mes sin salir
por la noche. Entre el trabajo y la edad, tanto por cansancio como porque cada
vez se tengo menos vida social, porque tengo menos tiempo libre, sin que me
aporte demasiado dinero para gastarlo en ocio y caprichos, hacen que ni me
salgan planes ni muchas ganas de hacerlos. Me limito a los días especiales,
como éste.
Me sorprende la oscuridad, inundada
de luces de multitud de colores y de tamaños, espolvoreadas, que han caído en
cualquier lugar.
Algo ha salido de debajo de mi
asiento. Es una rata. En realidad, por el tamaño, debe ser un ratón, o alguno
de esos roedores que se encierran en jaulas y se regalan a los niños como
mascotas. Corre para cruzar la calzada, el muy inconsciente. Percibe que se le
aproximan a una velocidad terrible unos objetos rodantes y a veces retrocede,
pero en seguida vuelve a intentarlo. Ocurre lo inevitable, un coche, creo que
era un taxi, lo atropella con su rueda derecha trasera. Asustado, intenta
retroceder. No le ha debido coger de pleno porque lo consigue unos centímetros.
Vuelve a la carga, ahora avanza, hasta que, ya sí, el animal queda inmóvil,
tumbado de costado, y le va rodeando un líquido rojizo, que cada vez se
extiende más.
Lo siguen atropellando hasta que ya
me doy por vencido y me convenzo de que ya no se va a levantar. Retiro la
vista, aunque a veces no puedo evitar que gane la curiosidad y lo busque de
reojo. Me da pena, no sólo porque haya sido un animal pequeño, indefenso, que
ha muerto al intentar llegar al otro lado. Me daba la sensación de que huía de
algo y corría para salvarse. El asco inicial, cuando la vi aparecer, ha
desaparecido por completo. Supongo que esto será compasión.
Había olvidado que se podía ir
disfrazado, y que era el fin de semana de Halloween. Sin ser obligatorio, mucha
gente había modificado su aspecto habitual por pinturas y vestimentas
semejantes a zombis o personas normales, pero con sangre por todas partes, como
el ratón. No me siento cómodo.
Me voy a servir una copa y coincido
con un amigo de la época del instituto, con el que ya no tengo contacto pero
con el que me llevaba bien. No habías hablado, tan sólo el saludo de rigor.
-¿Qué pasa? ¿Te lo estás pasando
bien?
Siempre he sido más educado que
sincero, y en este caso, dije lo que se esperaba.
-Sí, está muy entretenida, pero se
me olvidó el disfraz.
Él iba de abejorro, con el aguijón
saliéndole del trasero y todo. Nunca había sido vergonzoso.
-Ya veo, ya. Ven, vamos al cuarto de
Pablo, que seguro que tiene algo que le puede valer.
Fuimos a la habitación del
cumpleañero. Tenía un póster de Rasca y
Pica, el ratón y el gato que salen en la serie de Los Simpsons, donde es el ratón el que martiriza al gato,
haciéndole desangrarse a menudo. Obvié la casualidad, había decidido pasármelo
bien, intentar disfrutar de la noche, así que me dejé llevar.
Abrimos un armario y empezamos a
revolverlo todo. De repente, oímos un grito en la habitación de al lado.
Acudimos corriendo y vimos dos chicas, maquilladas de rojo, blanco y negro, que
no conocía, sólo de haberlas visto antes en la fiesta. Estaban asustadas,
pegando pequeños grititos y señalando a una esquina, detrás de un armario. Al
asomarnos, vemos a un ratón, igualito al de la parada del autobús. Sin dudarlo,
cogí una zapatilla que encontré por el suelo y se la lancé. Le di de lleno. Se
acercó una de las chicas y me dio las gracias, un abrazo y me dedicó una
sonrisa. Ratoncitos, no sé si pediros perdón o daros las gracias.