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jueves, 13 de noviembre de 2014

La muerte de un ratón

Estoy sentado en la parada del autobús, esperando. Voy a una fiesta de cumpleaños.
            Creo que llevaba un mes sin salir por la noche. Entre el trabajo y la edad, tanto por cansancio como porque cada vez se tengo menos vida social, porque tengo menos tiempo libre, sin que me aporte demasiado dinero para gastarlo en ocio y caprichos, hacen que ni me salgan planes ni muchas ganas de hacerlos. Me limito a los días especiales, como éste.
            Me sorprende la oscuridad, inundada de luces de multitud de colores y de tamaños, espolvoreadas, que han caído en cualquier lugar.
            Algo ha salido de debajo de mi asiento. Es una rata. En realidad, por el tamaño, debe ser un ratón, o alguno de esos roedores que se encierran en jaulas y se regalan a los niños como mascotas. Corre para cruzar la calzada, el muy inconsciente. Percibe que se le aproximan a una velocidad terrible unos objetos rodantes y a veces retrocede, pero en seguida vuelve a intentarlo. Ocurre lo inevitable, un coche, creo que era un taxi, lo atropella con su rueda derecha trasera. Asustado, intenta retroceder. No le ha debido coger de pleno porque lo consigue unos centímetros. Vuelve a la carga, ahora avanza, hasta que, ya sí, el animal queda inmóvil, tumbado de costado, y le va rodeando un líquido rojizo, que cada vez se extiende más.
            Lo siguen atropellando hasta que ya me doy por vencido y me convenzo de que ya no se va a levantar. Retiro la vista, aunque a veces no puedo evitar que gane la curiosidad y lo busque de reojo. Me da pena, no sólo porque haya sido un animal pequeño, indefenso, que ha muerto al intentar llegar al otro lado. Me daba la sensación de que huía de algo y corría para salvarse. El asco inicial, cuando la vi aparecer, ha desaparecido por completo. Supongo que esto será compasión.
            Había olvidado que se podía ir disfrazado, y que era el fin de semana de Halloween. Sin ser obligatorio, mucha gente había modificado su aspecto habitual por pinturas y vestimentas semejantes a zombis o personas normales, pero con sangre por todas partes, como el ratón. No me siento cómodo.
            Me voy a servir una copa y coincido con un amigo de la época del instituto, con el que ya no tengo contacto pero con el que me llevaba bien. No habías hablado, tan sólo el saludo de rigor.
            -¿Qué pasa? ¿Te lo estás pasando bien?
            Siempre he sido más educado que sincero, y en este caso, dije lo que se esperaba.
            -Sí, está muy entretenida, pero se me olvidó el disfraz.
            Él iba de abejorro, con el aguijón saliéndole del trasero y todo. Nunca había sido vergonzoso.
            -Ya veo, ya. Ven, vamos al cuarto de Pablo, que seguro que tiene algo que le puede valer.
            Fuimos a la habitación del cumpleañero. Tenía un póster de Rasca y Pica, el ratón y el gato que salen en la serie de Los Simpsons, donde es el ratón el que martiriza al gato, haciéndole desangrarse a menudo. Obvié la casualidad, había decidido pasármelo bien, intentar disfrutar de la noche, así que me dejé llevar.
            Abrimos un armario y empezamos a revolverlo todo. De repente, oímos un grito en la habitación de al lado. Acudimos corriendo y vimos dos chicas, maquilladas de rojo, blanco y negro, que no conocía, sólo de haberlas visto antes en la fiesta. Estaban asustadas, pegando pequeños grititos y señalando a una esquina, detrás de un armario. Al asomarnos, vemos a un ratón, igualito al de la parada del autobús. Sin dudarlo, cogí una zapatilla que encontré por el suelo y se la lancé. Le di de lleno. Se acercó una de las chicas y me dio las gracias, un abrazo y me dedicó una sonrisa. Ratoncitos, no sé si pediros perdón o daros las gracias.