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miércoles, 24 de octubre de 2012

Besos, ternura

Llevaba desde las seis y media en el escritorio, intentando rematar un artículo que me había pedido otro profesor el departamento sobre el apareamiento de las cigüeñas. Me aburría hasta a mí, y eso que yo era el especialista sobre este tema en la facultad. Tras una semana retrasando su finalización (lo empecé a escribir en una hora libre en el despacho de la universidad, nada más requerírmelo). Prometí entregarlo hoy a mediodía, de ahí el madrugón, para que me sobre tiempo.
Cuando empecé a concentrarme y a meterme en lo escrito, poniendo algunos conceptos en el papel, despertó la casa,  por lo que el ruido, leve por las horas pero molesto por existir, entre los de la cocina y los del baño, hizo que hasta las nueve, cuando por fin se fue el pequeño a clase, no pudiera continuar.
A las once y media, sólo me quedaba la última parte, una especie de resumen/conclusión, darle la puntilla, la guinda del pastel. Pero en ese momento la vecina de abajo comenzó a tararear una canción, y después se animó a cantarla, aunque sólo se sabía eso de besos, ternura, nada más, ni siquiera el estribillo, por lo que estiraba estas dos palabras hasta cambiar el ritmillo, lo que hizo que me costase reconocerla, a pesar de ser una canción tan importante en mi vida, ya que fue con la que nos enamoramos Maite y yo. Parece imposible que hoy pueda trabajar dos horas seguidas.