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domingo, 16 de abril de 2017

Un hombre loco

Donald Draper, el hombre loco que te muestra lo que es la felicidad, ya sea con un buen eslogan acompañado de unas imágenes o simplemente con sus palabras, elegidas detenidamente con el tono idóneo. Maestro del sentimentalismo, de la emoción, un genio a la hora de crear una ambientación perfecta. Pero todo eso, como la misma felicidad, es finita, se acaba. Es sólo un momento, un instante, del cual, más allá, no existe nada.
Mad Men es una serie que te engancha por las historias, lentas, un ritmo de tortuga que si no te detienes a observarlas al detalle te pierdes todo, pero precisamente por eso tiene que ser así: más rápido no tendría valor. Poco a poco, ayudadas por una gran ambientación te va envolviendo, logrando que cuando estás un par de días sin verla los eches de menos. La acabo de terminar y no sé qué va a ser se mí. Supongo que me conformaré con buscar a los actores en otras obras. Consolándome con las migajas.
Es una serie en la que trata la sociedad de entonces, que no es tan diferente a la de hoy en día, por fortuna ha ido a mejor (para mí), pero lo único que se han salvado son varios escalones, todavía no hemos llegado al último piso. El consumismo, el machismo, el racismo, son tres pilares de los que parten los problemas que se muestran velados (o no tanto), y de los que se extienden muchos, muchísimos, y todo en base a lo que sucede en una compañía de publicidad, concretamente en la vida de ese hombre loco desde que se empezó a llamar Donald Draper.