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martes, 2 de junio de 2015

Como en las películas

Por fin. Ya había traído lo necesario para quedarme una noche. Quedaba casi la mitad de la mudanza, pero eso ya sería poco a poco, o nunca. Ninguna de mis amigas la habían hecho completa, ni siquiera las casadas, siempre se dejaban algo en la casa de sus padres.  Eran esos objetos que no necesitas, tampoco desprenderte de ellos.
Entré a la cocina y no me hizo falta abrir el frigorífico para darme cuenta de que no tenía cena. Habrá que bajar a por algo, pensé. Terminé de colocar un par de cosas y me dispuse a salir a la calle. Ni me cambio, me dije. Eché un vistazo por la terraza, la principal razón por la que me había decidido por este piso y salí. El ascensor se paró en el tercero. Al principio me asusté, era bastante antiguo, aunque la finca era de bastante pudiencia. Cuando abrieron la puerta me tranquilicé, más esos ojos verdes. La sonrisa me serenó del todo. ¿Bajas? preguntó. Conseguí afirmar con la cabeza. Al verme en el espejo me maldije, seguro que olía hasta a sudor de la mudanza. No volvería a salir de casa sin arreglarme.
Al estar distraida, me equivoqué de dirección y, en lugar de girar a la izquierda, fui hacia la derecha, hacia el lado contrario del que se fue él. En realidad quería que nos alejásemos cuanto antes. Di la vuelta a la manzana. Me costó, tuve que recuperar mis pasos y deshacer el camino un par de veces pero conseguí orientarme y encontrar el supermercado. Compré algo de fruta y, cuando me acerqué a los congelados vi al vecino. Tenía dos opciones, o