Cuando
la veía o pensaba en ella, no sentía nada. Sí, era monilla, con buen cuerpo… Le
caía bien. Nada más. Pero cuando estaba un rato con ella, tenía ganas de
tocarla, de besarla, de abrazarla, de acariciar ese cuerpo delgado, esbelto,
esas piernas largas, ligeramente duras, de un color dorado que resalta bajo una
falda, y se elevan sobre unos tacones, o se ocultan dentro de unos pantalones
ajustadas que las define a la perfección.
Supongo
que sólo era algo carnal, físico… pero en el fondo me gustaba. Cuando estaba
con ella, me encontraba mejor, bromeábamos y nos entendíamos siempre al
hacerlo.
Un día, nos quedamos solos. En medio
de un vacile mutuo, tan habitual entre nosotros, nos tocamos. Creo que fue en
un intento de hacernos cosquillas. Al querer evitarlo, llevamos las manos del
otro lugares prohibidos, nos miramos y nos besamos. Y seguimos recorriendo con
las manos los lugares prohibidos del otro, con pasión y sin reflexión, con una
intensidad inconsciente que nos hacía olvidar todo lo demás.