http://www.librodearena.com/blog/donmondolio/7104

lunes, 22 de agosto de 2016

Reconocernos hasta fundirnos

Vamos a hacerlo tranquilitos, despacio, como la primera vez que es, poco a poco. La primera, entre nosotros.
El inicio: nos olemos. Sí, ambos nos lavar con gel, de echar desodorante y perfume, pero ya lo estamos mezclando con nuestro propio olor, nuestro sudor, sólo con los nervios y la tensión que nos inunda, al igual que inundaremos esta habitación de olores y fluidos. Las aletas se levantan, se ponen en movimiento.
Después, nos escuchamos. Sin hablar, sin siquiera abrir la boca, si acaso para dejar irse el aire que nos ahoga en nuestro pecho, que le quita espacio al corazón para tener más espacio para retumbar, darnos cuenta de que nos está haciendo daño en el pectoral izquierdo al oír la respiración del otro. Así. Oírnos estar. Oírnos vivir. Sentirnos con las orejas, desde lejos, hasta que el sonido del otro lo conozcamos de tal manera como si fuera propio, como si no pudiésemos distinguirlo del que emiten nuestros pulmones, nuestra nariz, nuestra boca.
Luego mirarnos. De primeras, no nos vemos, hasta que nuestros ojos se convierten en los de un gato y nos reconozcamos. También está la distancia, demasiado corta, como nuestros padres cuando se hacen mayores y necesitan alejarse los papeles para leerlos todo lo que les dé el brazo. No podemos extenderlos porque nos bloqueamos con el cuerpo del otro. No nos acercamos, no hacemos esfuerzos sino que somos dos imanes, dos polos opuestos que se atraen, que por arte de magia se aproximan hasta que están, estamos pegados.
Nos tocamos, nuestros poros están imantados, en cuanto estamos a la suficiente distancia se expanden hasta que se tocan, y después no se pueden separar. Ahora sólo podemos movernos para encajarnos, para rodearnos, cambiar de forma en este nuevo ser que somos unidos. Cogemos diferentes formas que son imposibles de crear de manera independiente, porque ahora somos otra cosa. Por supuesto mejor.
Nuestro tacto ha pasado al siguiente nivel, ahora nos probamos, el gusto recorre todo el camino que ha hecho el tacto. Los dos sentidos se intercambian, se ceden el paso, comparten viaje, toman diferentes direcciones para volver hasta que el viaje se vuelve plácido y pleno y ya hacen que todo el territorio sea propio porque nos fundimos y somos uno.

sábado, 13 de agosto de 2016

El pregón

Corriendo, todo el día corriendo. Lo desmonto mientras llego a la cama, guardo cada pieza en su correspondiente departamento, lo meto en la maleta y hala, hasta otra. Con otro pelo, ya sea color o corte, otro tono de piel, otros ojos. Y, por supuesto, otro tipo de ropa. Y las gafas, lo que me gustan las gafas, y no me ha dado tiempo a ponérmelas.
Saludo al hombre que está dormido en la recepción -no se despertaría ni aunque soltara una ráfaga en la pared que está a su lado- y camino lo más rápido que puedo hasta el coche. La gente no se fija en mí, está pendiente de lo que ocurre al otro lado del pueblo, del alcalde desangrándose encima del escenario, delante de las damas de honor, que lloran mientras intentan esconderse y la gente hace que huye pero en realidad no se mueve, porque les interesa más ver lo que está sucediendo que ponerse a salvo. Pues yo no voy a ser de esos.