http://www.librodearena.com/blog/donmondolio/7104

viernes, 23 de diciembre de 2016

Las fiestas

Me gusta la Navidad. No soy creyente, o por lo menos no creo en Dios de la manera cristiana y todo eso. También soy un ignorante sobre las religiones. Nunca me han interesado. Sí, estoy bautizado, incluso he hecho la comunión, pero apenas me sabía el Ave María, y no creo que, en los dos años para prepararla, fuese más de 5 o 6 veces a misa. Ahora mismo, me equivoco si recito el Padre Nuestro. Tampoco tengo nada en contra de ella, hay a mucha gente que le viene bien, y algunos miembros que hacen de este mundo mejor, de lo que estoy en contra es de su excesivo poder en un país supuestamente laico, de su corrupción y, por supuesto, de los miembros que se aprovechan de tener un puesto en él, y más si es para hacer algo tan terrible como para abusar de menores. Eso sí, los valores católicos/cristianos (ni siquiera conozco la diferencia) los tengo bien impartidos, supongo que como la mayoría de los que nuestros padres se han criado en una dictadura de creencias tales.
Pero me gusta ese ambiente festivo, esa cordialidad general que impera más que en el resto del año (en general, como en cualquier fiesta, desde mi punto de vista) y, sobre todo, que ves más a personas que no sueles ver.
Sí, también los regalos, pero casi más regalar que recibir (se agradece, por supuesto). Supongo que será esa educación capitalista, en este caso consumista de que comprar produce placer...
Hay que ver lo cursi que me ha quedado, supongo que serán el ambiente

jueves, 22 de diciembre de 2016

La suerte

Suerte. Suerte es encontrarte con la chica que te gustaba cuando eras pequeño, demasiado tímido para decirle nada, que ahora te guste incluso más y que, a ella le pase lo mismo. Si ninguno de los dos se decide a decir nada no es mala suerte, es ser gilipollas.
Mala suerte no es que toque el Gordo al lado de donde trabajabas o de donde vivías, incluso de donde lo haces ahora y no has comprado.
Tampoco es vivir en un país maravilloso donde se aprovechan del ciudadano precisamente por eso, porque saben que tienen más aguante que en uno donde, cueste más vivir, y por ello, al ciudadano le hacen la vida más fácil.
Suerte es tener unos padres con los que nunca te faltara de nada, que te hayan educado, enseñado la vida, potenciado tus aptitudes y mejorado las que no llevabas muy bien y, sobre todo, darte la confianza necesaria para luchar por vivir (que no sobrevivir) como quieras.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Los otros

Nos encanta hablar de los demás, opinar sobre su vida. Bueno, en realidad, criticar lo que hacen. Siempre uno está peor, siempre. Es que tú no sabes lo que me pasa, eso sí, yo hablo de ti y de tus circunstancias como si las conociera mejor que tú mismo. Tú qué sabrás. Y, casi siempre, se critica de las cosas que no son objetivas, de aquellas que no se pueden valorar mediante medios comunes. Qué bien vives. Nos unimos para criticar a tal persona, después con esa persona a la que has criticado para poner a parir a quien te apoyó a criticarlo.
Ese punto de vista negativo, el yo estoy peor, yo más desgraciado, esa lucha por la compasión, por la envidia, aunque luego no te cambiaríais por esa persona, porque claro, más vale lo malo conocido que lo bueno y maravilloso por conocer, esa pelea por conseguir la compasión de los demás, eso que te miren y puedas leer en sus ojos: "pobrecillo". Esa postura belicosa sin razón tan eterna que hace que nos destruyemos como conjunto y, por tanto, también como individuo. Esa guerra con los otros.

jueves, 15 de diciembre de 2016

La lluvia

Oía llover a pesar del cristal insonorizado. Sabía que no era verdad, que era su cabeza, que le ponía sonido a cada una de esas gotas que se estampaban contra los paraguas, la tela de las capuchas y abrigos o el pelo de los incautos que habían cometido la temeridad de no ser precavidos.
Eso era lo que le diferenciaba de una loca, que era consciente, se dijo.
Haría unos diez minutos que no se acabó el café. Casi pide otro, como un acto reflejo, pero se supo contener, sabría que tres en un día le sentaría mal. Tenía la tentación de pedir una infusión, pero le habían educado con el pensamiento de que eso era para los que estaban malos, y no quería dar esa sensación a los demás. Miró a su alrededor. Nadie la conocía. Se podría pedir una cerveza, ya había acabado su turno, pero no le gustaba beber en el hospital, sería un desorden en su cabeza. Donde tengas la olla no tengas... No se le ocurrió nada que le valiese para describir su pensamiento de que no había que mezclar trabajo y ocio.
Estaba cansada. Ojalá se pudiera teletransportar al sofá, incluso amodorrarse, y cuando recuperara fuerzas, ya comería algo. No le apetecía pedirse algo de comer, pero seguramente era la mejor entre todas las posibilidades. Vio la tortilla y se pidió un pincho y una cocacola.
Había recuperado fuerzas. Sin llegar a verse optimista, decidió que lo haría aquella tarde, cuanto antes mejor. Se subió la cremallera hasta arriba y agarró el paraguas con ganas.
Sorteó varillas que iban directas a sus ojos -siempre pensó que era demsiado alta- y consiguió llegar a la parada del bus. Le tocó de pie cuando se subió, rodeada, acolchada en cada frenazo y sacudida según el tráfico caótico por abrigos y grasa que cubría los cuerpos, y llegó a su destino en poco más de media hora.
Llamó como siempre, tres golpes cortos, rápidos, y dos más prolongados y espaciados. Enseguida oyó a su madre decir su nombre. Qué alegría, hija, continuó alegre, mientras cerraba la puerta y le invitaba a comer uno de los dulces que llenaban la mesa camilla del cuarto de estar. Ella negó con un gesto y se quedó de pie, casi de espaldas a su madre, mirando por la ventana como llovía. Ahora, si podía oír como el agua se golpeaba contra el suelo del balcón o los cristales. Ignoró las peticiones de que se quitara el abrigo y las botas -me lo vas a poner todo perdido- y cuando calló, soltó.
-Lo sé.
-¿El qué? - contestó automáticamente su madre, aunque su cara mostraba el temor de que ya lo sabía.
Siguió mirando llover desde aquel ventanal, como aquel día en que la dejaron en esa casa después de acordar la suma.