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lunes, 21 de marzo de 2011

Las nueve y cuarto

Ya eran las nueve y cuarto, pasados quince minutos de la hora citada. La copa de vino estaba prácticamente vacía. Cuando me iba a dirigir al camarero para pedirme la segunda, la veo cruzando la calzada a través de la cristalera que daba a la calle; zapatos de tacón negro, medias de lycra negra transparente, falda negra que termina por encima de la rodilla uniéndose con la camisa blanca con rayas finas y negras cubiertas por una chaqueta a juego con la falda, y del mismo color, como el bolso y la carpeta que sujeta con el brazo izquierdo. Pendientes perlados de plata sobre las orejas de tono claro, como el resto de la piel de la cara. Ojos pequeños y verdes, aunque tenías que estar cerca y fijarte muy bien para poderlos apreciar. Nariz también pequeña, redonda, sobre unos labios finos que cubrían una boca ancha, pero no muy grande. El pelo liso y rubio estaba recogido con un broche aunque dos mechones, puestos en rebeldía, sobre todo el izquierdo debido a la lateralidad de la raya, se alejaban de su sujeción en forma de pabellón auditivo por lo que en ese justo momento Natalia insistía en colocarlo en su correspondiente celda.

Mientras hacía esta acción, me mira, pero por la expresión de su rostro compruebo que no me ve o no me reconoce. Supongo que el cristal le hace de espejo debido a la luz reflectada en él, aunque el sol está brindando sus últimos rayos. Además, el local posee una luz muy leve y azulada, por lo que está prácticamente oscuro. Se abre la puerta, gira la cabeza hacia el lado contrario al cual estoy yo, y a los cinco segundos cambia de dirección, mirando hacia mí, me ve, me reconoce y sonríe, enseñando la blanquecina fila de dientes frontales, dividida justo por la mitad debido a la separación de los incisivos centrales, mientras camina hacia a mí, haciendo sonar sus zapatos contra el mármol del local.

Termino de hacer el gesto y el camarero me atiende enseguida. Esta vez me pone dos, en lugar de la copa solitaria que colocó la anterior vez. Una pareja. En un momento, tanto ella como yo hemos pasado de sentirnos solos, con la única compañía del otro, a estar junto a nuestra alma gemela. O eso creo yo al ver la simetría de los dos cristales rojizos que tengo enfrente y lo que percibo al pensar en Natalia.

-¡Hola! –me da a probar sus labios un segundo, y coloca el bolso y la carpeta en el hueco que hay debajo de la barra.

-Hola cariño.

En ese momento no pude más, se lo solté.

jueves, 10 de marzo de 2011

A solas

No tengo en cuenta los largos fines de semana que se nos hacían tan cortos, por lo menos a mí, en los que nos limitábamos a salir a la calle lo mínimo necesario, solos, tú y yo, sin hablar con nadie más, exceptuando alguna que otra llamada a la familia, cortadas siempre que se podían en el menor tiempo posible.

Esos sueños compartidos, en los que predecíamos el futuro, juntos, teniendo éxito en tu trabajo o yo en el mío, gracias al apoyo mutuo, a la ayuda y los ánimos que nos dábamos el uno al otro. En vivir como los dos queríamos, como los dos deseábamos; siendo felices juntos.

Me acabo de levantar sola, despeinada, con los ojos llorosos, triste, a pesar del día tan maravilloso que hace, del frescor tan agradable que hace a estas horas, de los rayos del sol que llegan hasta mi almohada y que han hecho que me despierte a las ocho y media, a pesar de estar en verano, de vacaciones, sin tener que hacer nada más allá de hacer la compra y la comida para una persona. Únicamente para mí.

Hoy he dormido mal, lo poco que he conseguido dormir, es como si me hubieran dado una paliza en lugar de haber estado tumbada toda la noche. Desde que te fuiste no consigo descansar, me siento rara, como si me faltara algo, un brazo, una parte de cerebro, de los sentidos; no hago nada a derechas ni disfruto haciendo nada, enseguida me canso o me aburro. Me acuesto tarde, para que el cansancio haga mella y en cuanto me tire en la cama me duerma, pero nada. Cada vez salgo más tiempo a correr, llegando a casa destrozada, pero ni por esas consigo conciliar el sueño. Creo que me estoy volviendo loca.



Joder, puto calor. Ahora que acaba de coger el sueño empiezan a piar los pajaritos, los coches ya tocan el claxon y el sol me está dando en toda la cara. Voy al baño, aprovecho para lavarme la cara y despejarme, ya que sé que no voy a poder volver a dormirme. Me sirvo un café, le tengo que echar hielo para poder tomármelo, y voy a la ventana para fumarme un cigarro. A pesar de que hace veinte días que te has ido, todavía salgo a la ventana para fumar. Siempre te ha molestado el olor a tabaco, aunque a veces, cuando salíamos por la noche e ibas un poco entonada, me pedías un cigarrillo. Yo te echaba la bronca, pero no lo hacía en serio y te lo daba, hasta que la mañana siguiente me hacías jurar que no volviese a dejar que fumaras. Pasados unos días, tú volvías a pedirme tabaco, y yo volvía a dártelo. Nunca he podido negarte nada.

Todo me recuerda a ti; no sólo la casa que compartíamos, que está como la dejaste. Miro la calle y al ver los coches pasar, los edificios, la gente, al oír el ruido, al notar el frescor y la luz que entra, da igual lo que sea, vienes a mi cabeza y no dejas que me concentre en nada. Hago las cosas por inercia, como si fuese un autómata. Por las noches bajo al bar, a pesar de que no conozco a casi nadie, y a los que sí conozco, me caen mal. Pero voy, bebo, intento distraerme, olvidarte, pero nada. Ahí estás. Siempre estás. Pareces omnipresente.