Ya eran las nueve y cuarto, pasados quince minutos de la hora citada. La copa de vino estaba prácticamente vacía. Cuando me iba a dirigir al camarero para pedirme la segunda, la veo cruzando la calzada a través de la cristalera que daba a la calle; zapatos de tacón negro, medias de lycra negra transparente, falda negra que termina por encima de la rodilla uniéndose con la camisa blanca con rayas finas y negras cubiertas por una chaqueta a juego con la falda, y del mismo color, como el bolso y la carpeta que sujeta con el brazo izquierdo. Pendientes perlados de plata sobre las orejas de tono claro, como el resto de la piel de la cara. Ojos pequeños y verdes, aunque tenías que estar cerca y fijarte muy bien para poderlos apreciar. Nariz también pequeña, redonda, sobre unos labios finos que cubrían una boca ancha, pero no muy grande. El pelo liso y rubio estaba recogido con un broche aunque dos mechones, puestos en rebeldía, sobre todo el izquierdo debido a la lateralidad de la raya, se alejaban de su sujeción en forma de pabellón auditivo por lo que en ese justo momento Natalia insistía en colocarlo en su correspondiente celda.
Mientras hacía esta acción, me mira, pero por la expresión de su rostro compruebo que no me ve o no me reconoce. Supongo que el cristal le hace de espejo debido a la luz reflectada en él, aunque el sol está brindando sus últimos rayos. Además, el local posee una luz muy leve y azulada, por lo que está prácticamente oscuro. Se abre la puerta, gira la cabeza hacia el lado contrario al cual estoy yo, y a los cinco segundos cambia de dirección, mirando hacia mí, me ve, me reconoce y sonríe, enseñando la blanquecina fila de dientes frontales, dividida justo por la mitad debido a la separación de los incisivos centrales, mientras camina hacia a mí, haciendo sonar sus zapatos contra el mármol del local.
Termino de hacer el gesto y el camarero me atiende enseguida. Esta vez me pone dos, en lugar de la copa solitaria que colocó la anterior vez. Una pareja. En un momento, tanto ella como yo hemos pasado de sentirnos solos, con la única compañía del otro, a estar junto a nuestra alma gemela. O eso creo yo al ver la simetría de los dos cristales rojizos que tengo enfrente y lo que percibo al pensar en Natalia.
-¡Hola! –me da a probar sus labios un segundo, y coloca el bolso y la carpeta en el hueco que hay debajo de la barra.
-Hola cariño.
En ese momento no pude más, se lo solté.