Por fin uno de seguridad nos pidió que nos fuésemos. Todavía no habían quitado la música; empezó a sonar ese hit de no sé qué verano de Aventura, canción que le dio la fama, que empezaba a dar la hora, justo la que marcaba mi reloj. Mis amigos se habían ido hace rato, no sabía si a la playa o al apartamento y, creía que sus amigas también. Quizá con ellos. Al salir las vi, a ellas, solas, sin mis amigos, esperándola. Cuando llegamos hasta el grupo me dio dos besos, me dijo que la escribiera -¡lo que me había costado conseguir su teléfono!- y con la mano, me dijo adiós. También era madrileña, como casi todos en esta parte de la costa. Se iban mañana, y nosotros todavía estaríamos aquí una semana más.
Caminé pesadamente hasta el paseo marítimo, a ver si veía a mis amigos. Me acerqué un poco a la arena pero no me pareció verlo, así que me dirigí a la calle, esa cuesta inmensa, sobre todo cuando se te mezclaba el sueño y el cansancio de estar toda la noche de fiesta y bebiendo.
Pitó el móvil. Lo miré. Aparte de mis colegas, tenía treinta mensajes más de mi ex desde después de cenar. Tenía que hacer algo, era muy pesada, tenía que ver que ya no estábamos juntos.
Al llegar a la altura del apartamento, la reconocí, no me lo podía creer. Allí estaba, mirándome con mala cara y los brazos cruzados. Miré a mi izquierda y vi su coche; se habría pasado media noche conduciendo para llegar aquí.
-¿Por qué no me contestas? Pensé que te habría pasado algo. ¿Y qué horas son estas?